Hace tiempo que ha dejado de importar la cantidad de gente que haya mirando o el sentido final de todo esto: subirse al escenario, aprenderse las canciones, dejar una parte de ti mismo en cada una de ellas para que nadie la recoja después. ¿Por qué lo haces, entonces? Al final uno acaba por aceptar que lo hace para sí mismo, por simple diversión, por mucho que acabe por ser ridículo, casi obsesivo. Como un docente que da clase aunque no vaya ni un solo estudiante a escucharle, o un barco que siga lanzando sus redes a un mar hace años seco o congelado.
Intentas pensar que no pasa nada, que ha sido divertido, quedarte con lo bueno. Pero, pese a todos tus esfuerzos, de nuevo te abruma esa sensación agridulce de tristeza y resignación al bajar del escenario y acercarte a tu amigo de siempre, que no se pierde un concierto, que se sabe todas las canciones aunque realmente no le gusten. Que te dice que "cómo mola el grupo, macho, joder, es que me encantan los temas". Ojalá le gustasen a alguien más, tienes ganas de responderle. "¿Te invito a una cerveza?", dices, en cambio.
Intentas pensar que no pasa nada, que ha sido divertido, quedarte con lo bueno. Pero, pese a todos tus esfuerzos, de nuevo te abruma esa sensación agridulce de tristeza y resignación al bajar del escenario y acercarte a tu amigo de siempre, que no se pierde un concierto, que se sabe todas las canciones aunque realmente no le gusten. Que te dice que "cómo mola el grupo, macho, joder, es que me encantan los temas". Ojalá le gustasen a alguien más, tienes ganas de responderle. "¿Te invito a una cerveza?", dices, en cambio.