Relato: #OrigiReto2018 - El nacimiento de Pelusa (Agosto 2)

Nota previa: Este relato está estrechamente relacionado con Agosto #1: Hay un monstruo debajo de su cama y tienen más gracia leyéndolos en orden. Así que ya sabes lo que tienes que hacer si has llegado aquí sin leer la primera parte.
Dicho esto, os dejo con el relato.




No puedo recordar quién soy ni cómo llegué a este mundo por primera vez, mucho menos puedo recordar cuántas veces he existido, en total. Supongo que miles. Cada noche renazco como algo diferente que comparte la misma esencia; algo surgido del miedo y el desconocimiento. Los niños se refieren a mí con la palabra «monstruo», normalmente, aunque nunca he sabido exactamente lo que esto significa.

Recupero de mi subconsciente retazos aislados de mis distintas vidas, he sido oscura y grande, diminuta y venenosa, carnívora, comedora de niños y vil secuestradora que los llevaba a otros mundos de los que jamás podrían regresar. He sido mortífera y verdaderamente aterradora. He hecho llorar a niños y a niñas e incluso a algún adolescente. Puedo adoptar cualquier forma, dependiendo de lo que más les asuste, y creo que en ello está mi mejor virtud, porque siempre, siempre, hay algo que les aterra. Hasta ahora, he existido sin complicaciones alimentándome de sus miedos.

Pero después de tantos años lo cierto es que me siento sola, a veces. Sólo recuerdo haber encontrado entornos hostiles, nunca amigos o un apoyo. Recuerdo esconderme tras las prendas de ropa colgadas en la puerta de una habitación y a su pequeño ocupante llorando a moco tendido, hasta que su madre recogió los ropajes y mi humilde morada quedó destruida, inhabitable. Tuve que marcharme de aquella casa y dejé de existir durante un tiempo.

Recuerdo renacer después, como siempre, siendo algo diferente que vivía en el hueco de la escalera de un internado. Aquella época quedó marcada como una de mis vidas más largas y acomodadas. Siempre había algún niño que me encontraba en la oscuridad y lloraba, y se lo contaba a los demás haciendo la pelota del miedo cada vez más grande, asegurándome muchas noches de vida y muchas formas diferentes que adoptar. En aquella época recuerdo haber sido una serpiente de tres cabezas, una planta carnívora, un hombre con un saco y un gigante, o un ogro y por supuesto el coco. El coco era mi forma más recurrente.

Hoy no soy nada, sólo algo que flota en el ambiente, una sensación, un cosquilleo en el estómago que vaticina una mala noche. Entro en una habitación decorada con motivos florales, color rosa, un peluche en el suelo. Me acerco al peluche en silencio, está caliente. Todo en esta habitación es calor, como el abrazo de una madre. No recuerdo a mi madre. Tal vez nunca la tuve.

Me meto bajo la cama y siento que tomo una nueva forma, soy peluda y suave como un perro pero alargada como una culebra. Tengo una única oreja y soy muy pequeña, para caber en el hueco bajo la cama. Cuando siento que mi forma se vuelve tangible y corpórea, comprendo que la niña que está encima de la cama se ha despertado. Un segundo después escucho su grito:

—¡¡¡¡¡MAMÁÁÁÁ!!!!! —Llora, aterrada—. ¡¡Socorro!! ¡¡HAY UN MOSTRUOOOO!! ¡¡DEBAJO DE MI CAMAAAAAA!!

A veces me gustaría no dar tanto miedo. Me acurruco sobre mí misma e intento no hacer ruido mientras el padre de la criatura llega a la habitación y la consuela. Cuando se asoma bajo la cama, no cree en mí. Me tiene a dos centímetros pero no puede verme. Fijo mis ojos en los suyos y veo que han perdido la inocencia, y con ella el miedo a lo desconocido. Por eso siempre resulta más fácil vivir en las pesadillas de los más pequeños.

Cuando se va de la habitación, siento que la niña se queda muy quieta, escuchando. Sé que me oye. De repente tengo la sensación de que algo va a cambiar. Es extraño, como un cosquilleo en el estómago, tal vez es esperanza, no lo sé, nunca hasta este momento lo había sentido.

La niña se ha puesto en cuclillas y me mira fijamente. Sé que ella puede verme porque de repente me habla.

—Hola —susurra—. ¿Tienes frío?

Jamás se habían dirigido a mí de esta manera. Sin gritar. Sin espantarme. Sin llorar ni pedirme que me largue de sus habitaciones. Siento algo indescriptible que me hace estremecerme.

—N-no —titubeo un instante y después añado—: tengo hambre.

La niña sale corriendo y siento que he arruinado todo, me enrollo sobre mí misma y deseo tener brazos, o patas, con los que abrazarme y sentirme mejor. Pero la niña no me ha imaginado así y sólo tengo un cuerpo largo y peludo sobre el que hacerme una pelotita de tristeza y soledad.

De repente, cuando ya pensaba que encendería la luz y me haría huir de nuevo en busca de otros miedos nocturnos en otras habitaciones frías y hostiles, la niña susurra:

—¿Qué te gusta comer?

Jamás antes me habían hecho esa pregunta. Me doy cuenta de que nunca he comido, hasta ahora. Lo pienso detenidamente. Desde luego, no me gustaría comer niños, como todos ellos piensan. Miro a mi interlocutora y la analizo detalladamente. Después siento una conexión, y comprendo lo que quiero.

—Tu cabello —le respondo.

Ella se queda bloqueada, pero después sale de la habitación. Cuando vuelve, me tiende la mano con un mechón rubio y rizado. Saco una lengua que hasta entonces no recordaba tener. Me doy cuenta de que mis dientes puntiagudos y amenazadores se han ido para no volver, en cuanto la niña ha dejado de temerme. Ahora soy suave como un perro. Me doy cuenta de que estoy meneando la cola como cuando estos animales son felices. Lamo su mano y saboreo la dulzura de sus dorados cabellos.

—Gracias. ¿Tienes más?

No me había dado cuenta del hambre que tenía. La niña sonríe y corta otro mechón. Me lo tiende mientras se sienta en el suelo, acomodándose.

—¿Te gusta? —Pregunta—. Es bonito, ¿a que sí?

Yo asiento con la cabeza mientras ella corta un poco más de su pelo.

—Me llamo Gemma, ¿tú cómo te llamas?

—No lo sé —confieso, confundida.

Entonces me doy cuenta de que no tengo nombre. Nunca había pensado en ello. Nunca había necesitado uno.

—Yo sí que lo sé —confiesa la niña, poniendo los brazos en jarras—. Te llamas Pelusa.

Siento que mi nuevo nombre es como el abrazo que necesitaba para estar completa. Rezo en silencio para que Gemma nunca crezca.

FIN

Este relato está enmarcado en el Reto de escritura de #OrigiReto2018 para el objetivo: 16 - Crea un ser nuevo y descríbelo. Puede ser mágico o no, bueno o malo, ¡lo que se te ocurra! Ponle nombre.

Podéis consultar las bases y apuntaros a participar en esta entrada de mi blog o en el de Katty.

Podéis encontrar todos mis relatos para el #OrigiReto2018 en esta otra entrada.

¿Qué os ha parecido el relato? Espero que hayáis pasado un buen rato leyéndolo. ¡Pronto más relatos dentro del #OrigiReto2018! Mientras tanto, es vuestro turno de opinar en los comentarios. ¡Muchas gracias por leer!