¡Buenos días! Hoy os traigo un fanfic que escribí al terminar la temporada 4 del anime de Haikyuu!! Me ha dicho un pajarito que hoy es el cumple de Hinata, así que me pareció el mejor día para publicarlo.
Sucede justo después del final de la temporada 4 del anime (to the top). Así que contiene spoilers. Los personajes son un pelín ooc quizás, aunque intento que sean lo más OC que me salen. No-Romance.
Resumen:La víspera de la batalla del basurero, cada uno afronta los nervios como buenamente puede. Hacer unos cuantos remates parece la mejor forma de llevarlo para los dos intensitos del Karasuno.
Advertencias de contenido/TW: ninguna.
Creo que se entiende bien pero por si acaso avisar que los POV van cambiando con los asteriscos.
Si os resulta más cómodo, también está en Ao3 en este enlace.
Las marcas enrojecidas de mis antebrazos ya han desaparecido, pero el cosquilleo sigue ahí, persistente, difuso, única evidencia física de que esto no es un sueño. Tercera ronda del Torneo de Primavera. Aún no puedo creerlo. Ha pasado ya una noche después del partido y todavía no sé si quiero reír, llorar, gritar o todo a la vez. Estamos casi todos en la sala de descanso, y en el ambiente en apariencia tranquilo se palpa la impaciencia; por fin tendremos una batalla del basurero oficial ¡Mañana! ¡Y esta vez ninguno de nosotros piensa tener que dar la vuelta al campo haciendo planchas! Los cuervos caídos remontaremos el vuelo cueste lo que cueste, como que me llamo Shōyō Hinata.
Estoy nervioso. ¡Nervioso! No recuerdo haberme sentido tan inquieto desde el primer partido que jugué en el Karasuno, ni tan emocionado después de una victoria.
Echo un vistazo a mi alrededor. Las rutinas de descanso de cada uno de mis compañeros ya se me hacen familiares. Noya duerme a pierna suelta, espatarrado, babeando un poco; Sugawara lee un libro mientras mira de reojo cómo Asahi y Daichi juegan a las cartas. Tsukishima está absorto en su móvil. Lleva los cascos; seguramente está volviendo a ver el vídeo de las mejores jugadas, aunque de vez en cuando me dirije una mirada de reojo con esa cara pensativa que hace flaquear a los rematadores enemigos. Casi mejor no intentar saber en qué piensa, me digo, deteniendo mi escrutinio. El entrenador Ukai, en cambio, no está a la vista. Sonrío. Es el momento perfecto para escaquearse.
Observo pensativo la palma de la mano con la que ayer bloqueé el ataque rápido de los gemelos. Con su ayuda, en realidad. Aunque ninguno de los dos va a admitirlo nunca, claro. Solo entonces miro a Kageyama. Está sentado en uno de los sofás, analizando atentamente la nada con esa expresión suya a medio camino entre una sonrisa despistada y una mueca homicida. Asumo que está repasando el último partido mentalmente; porque parece su cara de pensar. Saco el móvil y miro la pantalla de bloqueo unos segundos, decidiéndome. ¿Por qué no? Desde luego en este momento seguramente sea mi único aliado. Deslizo el dedo por la foto y después escribo un whatsapp.
“¿Te apetece colocarlas?”
Enviar.
Menos mal que el canijo me ha propuesto venir a las canchas, porque me estaba muriendo de aburrimiento, la verdad. No entiendo esa manía de Ukai de que no nos cansemos antes de los partidos. ¡El partido es mañana! Unos pocos pases más de veinte horas antes no hicieron nunca daño a nadie, vamos, digo yo.
Paseo la mirada por los alrededores. Las pistas de entrenamiento están medio vacías porque empieza a anochecer, pero aún así no somos los únicos presentes. Saludo con la cabeza a algunas caras conocidas del campamento y me dirijo con las manos en los bolsillos hacia una de las más alejadas de la entrada. Hinata me sigue en silencio.
¿Le estará dando el canguelo? Igual debería preguntarle, pienso, mirando al pelirrojo con el ceño fruncido. No, no creo que sea eso. Pero ha estado muy pensativo últimamente, rumiando algo, menos ruidoso en general, y es algo a lo que no estoy acostumbrado. El torbellino de Hinata normalmente me ayuda a pasar inadvertido; y eso me gusta. Al menos cuando no estamos en un partido. Cojo un carro de bolas de los que están a disposición de los equipos y cuando veo que el enano está en la línea, rodillas flexionadas y una sonrisa en el rostro, olvido el resto de mis pensamientos.
—Esa ha estado muy bien ¿No? —Hinata, con esa cara de ojos iluminados hasta la locura. Y golpeando cada día mejor, el tarugo.
—Supongo —gruño, desviando la mirada.
Me mira entonces en silencio, frunciendo el ceño y después niega con la cabeza mientras pasa por debajo de la red para ir a por las bolas. ¿Ya las hemos gastado todas?
—No voy a jugar mejor que tú por que reconozcas alguna vez que mis jugadas molan, ¿lo sabes, verdad?
—No seas idiota.
—No lo soy —se queja—. De hecho, puedo notar que ahora las estás colocando más fáciles que en el partido.
La confesión me sorprende; no pensaba que se diese cuenta. Aunque sé que algo está cambiando. Sé que este cabeza hueca por fin está empezando a pensar. ¿Igual es por eso? ¿Está desconfiando de su juego? Frunzo el ceño. Lo dudo mucho. En serio, es Hinata.
—No pienses tanto, que te va a dar algo.
Hinata sonríe; como si hubiese estado buscando justamente esa respuesta.
—No lo contaré, tranquilo —se pone solemne—. Puedes seguir siendo El Rey y todo eso. No saldrá de aquí —añade, sonriendo, y hace un gesto con el dedo, englobándonos a los dos en una especie de círculo. Como si formásemos una especie de unidad. O algo.
Lo pienso un segundo y supongo que tiene sentido. La formamos.
—Sigues siendo idiota —le respondo.
Hinata llega a la línea de saque contraria y lanza una bola al aire y la golpea con fuerza, directa hacia mi cara. La cojo al vuelo sin dificultad y me río entre dientes.
»Y sigues sacando fatal –añado, sin molestarme en esconder la sonrisa.
Por la noche, tras la cena y una relajante ducha, caigo rendido en el futón, dispuesto a dormir como nunca antes. La sesión de remates con Kageyama ha servido para sacarme del cuerpo esa sensación de cosquilleo y nervios que no me habían dejado desconectar tras el partido. No sé si habrán sido imaginaciones mías, o tal vez el loco de nuestro colocador también es humano y llega a cansarse alguna vez, pero he rematado cómodamente, centrándome en las sensaciones del balón golpeando la palma de mi mano, de mis pies impulsando desde el suelo, viendo los balones llegar exactamente a mi punto de remate en lugar de tener que buscarlos. Ha sido como las primeras veces, sólo saltar y golpear, en lugar de sentir que él al colocarlas me obliga a saltar cada vez más alto y mejor. No es que me queje cuando lo hace. Me encanta saber que aún no he llegado al punto más alto, y demostrarle que no puede vencerme fácilmente. Pero rematar a placer también tiene su aquél. De vez en cuando.
Rememorando su mirada y el gesto relajado de su rostro durante los pases, se me ocurre pensar que tal vez –precisamente– en ese momento no estaba picándome, ni queriendo demostrar que él es mejor, y sólo ha querido disfrutar de la vista y el sonido de nuestros remates, colocándolas para que pudiese mandarlos con precisión milimétrica a las líneas del campo contrario. Sin bloqueadores es más fácil. La visión ha sido sin duda satisfactoria.
Pensaba en ello medio ausente, con los ojos cerrados, fluctuando entre el sueño y la vigilia, cuando una luz azul y tenue ilumina un gran cerco de la habitación desde la zona a mi derecha. Instantes después me sobresalta el zumbido de mi móvil vibrando entre las sábanas. Sonrío de medio lado y lo alcanzo, cerca de mi rodilla. Un nuevo mensaje, Calmageyama.
“Fue una recepción perfecta.”
Una enorme sonrisa brota en mi rostro y después de unos segundos de leve incredulidad pensando qué puedo responderle, leo un nuevo mensaje que desplaza el anterior un poco hacia arriba en la conversación.
“Yo no la vi, pero se lo oí decir a Nishinoya.”
Vuelvo a bloquear el móvil y me acurruco entre las sábanas, murmurando un divertido “serás idiota” hacia la oscuridad de la habitación. Que alguien quite esta sonrisa de mi cara, por favor. Menos mal que él no la está viendo.
Es entonces cuando oigo ese sonido. Un resoplido a caballo entre la risa y el desdén. No sé si quizás me lo he imaginado, o lo he malinterpretado, pero finalmente concluyo que no. Comprendo que acabo de presenciar un momento histórico: Tobio Kageyama está aprendiendo a bromear.
Espero que os haya gustado. Es una escena sencillita pero es que no podía de la risa con todo lo que rodeó a la recepción. Y cuando luego le dice por segunda vez que no la ha visto, me morí. Y tuve que escribir esto. El pobre Kageyama es que se le da un poquito mal ser amable, pero a veces hasta lo intenta xD Espero que no haya quedado demasiado ooc, ¡ya me diréis!
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