Relato: #OrigiReto2019 - El primer asesinato de la Antártida. (Enero)

Cuando le propusieron aquel trabajo de perforaciones en la Antártida ni siquiera se lo pensó. Recibió la noticia con los brazos abiertos, motivado ante un nuevo comienzo y dando gracias a los fondos que financiaban la base de investigaciones en el Círculo Polar, como habría dado gracias a cualquier cosa que le ayudase a salir de un país que cada día le daba más miedo: el suyo. Rusia no estaba hecha para él. O él no encajaba en ella, tal vez, aunque tanto más daba.

¿Expectativas? No tenía muchas, a decir verdad. Seguir viviendo a su manera le habría bastado; un poco de tranquilidad para poder escuchar sin miedo sus propios pensamientos. Mientras tarareaba en voz tenue el solo de guitarra de una canción de Arch Enemy, mirando por la empañada ventanilla del transiberiano, pensó que al menos eso iba camino de conseguirlo. Si algo había en la Antártida era silencio. No sabía que estaba a punto de conseguir muchas más cosas, que incluso sería noticia.

Popularmente se dice que en la Antártida todo el mundo huye de algo, y es un hecho que el saber popular rara vez miente. Oleg no sabía de qué podían huir sus cinco compañeros de expedición, pero se propuso no meterse en sus asuntos. Fue Sergey Savitsky, su compañero de habitación, el que preguntó un día por los suyos.

Curiosamente, decidió fiarse de él. Por aquel entonces no imaginaba que meses después un titular del periódico anunciaría su propia muerte. A manos del bueno de Sergey. "Lo cierto es que parecía una persona normal", dirían los vecinos y sus compañeros, "era un buen chico", "no lo entiendo". Las típicas frases que suceden a muchas desgracias. Aunque la suya no sería una desgracia típica. En este caso, las frases serían verdad. Sergey era un buenazo, incapaz de hacer daño a una mosca.

Ocurrió sin preaviso, como ocurren las cosas que uno más espera, como llegan de tanto en tanto inesperadas sorpresas por parte de personas que creemos conocer.

Sergey y Oleg habían pasado juntos horas y horas de soledad durante cuatro duros años en su remoto puesto en el continente más austral de la Tierra. Su principal entretenimiento era la lectura. Ambos fumaban los mismos cigarrillos y no hablaban mucho con el resto del equipo. Y un día, un comentario sobre el tiempo indicó que Sergey, por primera vez, no se atrevía a poner en voz alta sus pensamientos.

—Hace un frío de resucitar muertos.

Se quedaron en silencio, un segundo, dos. Entonces Oleg respondió:

—Sí, y de matarlos otra vez.

Pero lo hizo mirándole a los ojos; respondiendo también a todo lo que no había dicho. Ambos rieron. Luego compartieron un cigarrillo, abrieron una botella de ron y hablaron de libros, de música, de sus respectivas carreras.

—¿Y qué haces aquí, tío? Si se puede preguntar —dijo Oleg de pronto—. No eres el típico hippie que busca experiencias naturales ni nada así. Pero es tu primera expedición... Perdona tío, suena raro en alguien de tu edad, no te ofendas. Con 55 debías tener la vida resuelta.

Entre calada y calada, le enviaba una mirada de soslayo. El viento sonaba contra las paredes de su refugio. Ambos envueltos en capas de ropa térmica, el fuego encendido, la música sonando en un pequeño altavoz portátil.

—Vine buscando emociones fuertes —se detuvo, solo un instante. Evaluó el calor de la habitación y el significado de aquella mirada. Entonces hizo algo que nunca se había atrevido a hacer. Fue sincero—. Y, ¿quién sabe?, tal vez alguien que mereciera la pena.

Ambos sonrieron al mismo tiempo y dejaron pasar el silencio sin intentar llenarlo con palabras vacías. El silencio en la Antártida tiene hasta textura; ellos se dedicaron a acariciarla mirándose a los ojos, sin pestañear.

Fue Oleg quien dio el primer paso, quien se puso en pie y atrapó sus labios pero Sergey fue quien alargó aquel beso hasta que dejó de ser una pregunta; convirtiéndolo en la respuesta.

—Pues lo has encontrado, Sergey.

—Eso parece. ¡Qué afortunado!

Meses después, la expedición estaba a punto de finalizar y ellos, bajo las abrigadas plumas de una cama que ahora contaba con dos colchones individuales unidos, se hacían promesas. De esas que no necesitan palabras.

En el silencio cómplice de los momentos posteriores al orgasmo ambos sabían que aquello tenía que durar. Que debía sobrevivir a ese trabajo. Y ambos sabían que era imposible. Volvían a Rusia.

—Podemos fugarnos —comentó Sergey un día, de pronto, cigarrillo en mano, mientras le ofrecía la caja—. Buscamos un trabajo, otra vida. Los dos solos.

Había una frase que no necesitó decir. En otro país. Ambos la tenían presente. En un país donde besar a tu compañero de habitación, de mutuo y disfrutado acuerdo, no fuese un delito.

—Para eso habría que acabar antes con ésta. Buscar alguna excusa creíble.

—O alguien que nos ayude. Conozco a una tipa. Es una amiga; trabaja en el telediario. Se me está ocurriendo una locura.

Oleg sonrió. El tiempo de hacer locuras se le había pasado hacía muchos años, pero a decir verdad nunca las había hecho. Así que aquél podía ser un buen momento para empezar. Todavía estaba más cerca de los 50 que de los 60.

Todavía podía tener una vida que disfrutar.

—Cuenta conmigo —dijo.

Y aquello fue todo.



Muchos años después, ya con dos nuevas vidas muy lejos de Rusia, y de la Antártida, ambos recordarían siempre aquella etapa con nostalgia.

—"Un científico ruso apuñala a un compañero que le contaba el final de los libros que estaba leyendo." —Leyó Sergey en voz alta, recuperando una noticia antigua que nunca se cansaba de releer—. Me encanta la parte de que recibiste "una puñalada en el corazón". No me cabe en la cabeza cómo todo esto nos pareció creíble.

Oleg alzó los ojos al aire, como hacía siempre antes de echarse a reír. Actuaba como si esperase que el Universo le respondiese algo, que le enviase una señal confirmando que no iba a ofender si se reía, antes de hacerlo con total libertad. Era una actitud que a Sergey le parecía entrañable.

Su risa era contagiosa. Ambos soltaron una carcajada. Al resto del mundo, al menos, se lo había parecido. Eso era lo importante.

FIN

El relato que acabáis de leer está enmarcado en el Reto de escritura de #OrigiReto2019, tiene 1040 palabras y cumple los siguientes puntos del reto:

• Objetivo: 19. Básate en una noticia o hecho real para escribir un relato. Puedes añadir artículos o datos de informativos, pero no contarán como parte del texto. La noticia en la que me baso es esta: Un científico ruso apuñala a un compañero que le contaba el final de los libros que estaba leyendo.
• Objetos: 10. Un instrumento musical (guitarra) / 19. Una botella de ron.
• Para medallas: Interesante 1/3 - Al menos 3 de tus relatos deben estar protagonizados por personas no normativas (L[G]BT).

Podéis consultar las bases y apuntaros a participar en esta entrada de mi blog o en el de Katty.

Podéis encontrar todos mis relatos y pegatinas para el #OrigiReto2019 en esta otra entrada.

Podéis encontrar todos los relatos de todos los participantes en el #OrigiReto2019 en esta otra entrada.

¿Qué os ha parecido el relato? Espero que hayáis pasado un buen rato leyéndolo. ¡Pronto más relatos dentro del #OrigiReto2019! Mientras tanto, es vuestro turno de opinar en los comentarios. ¡Muchas gracias por leer!