Relato: #OrigiReto2018 - Big T (Julio 1)

Big T por fin había dejado de deshacerse por las costuras. Persiguiendo la estabilidad había perdido tantas partes de sí misma que ya apenas se reconocía. Pero, al fin, un futuro de posibilidades se abría ante ella y aquello la hacía eclosionar en erupciones de felicidad, como fuegos artificiales que prendían en su interior y estallaban en miles de partículas luminosas y ardientes, formando figuras preciosas en el negro vacío que siempre había rodeado su existencia. Hasta entonces. Big T sabía que todo estaba a punto de cambiar. Para mejor. Estaba segura de que aquel vacío por fin se llenaría.

Habían tenido que pasar muchos miles de años universales para llegar a esa situación de aparente equilibro. Big T recordaba el principio, cuando todo explotó y se quedó sola, repudiada, ardiendo de rabia y vergüenza, carente de vida, sin oxígeno, sin protección, sin nada. Sola y vacía como un fragmento de materia muerta que seguía moviéndose únicamente por inercia, alejándose de todo cuanto hasta entonces había conocido, de todo cuanto había sido parte de ella. Se convirtió en un raído meteorito a la deriva que se apagaba a marchas forzadas y comenzó a preguntarse si se perdería a sí misma.

La agencia la encontró en aquel estado. Y la inscribió en su base de datos. Había tenido suerte, apenas era una recién nacida por aquél entonces: acababa de empezar a enfriarse. Muchos tardaban mucho más en acceder al servicio público de adopción.

Su ficha era corta, pero mostraba lo esencial.

Ficha de adopción estelar. Número de seguimiento: 315-45-5623.
Nombre: Big T. (Modificable)
Edad (redondeada): dos mil millones de años universales.
Lugar de nacimiento: desconocido.
Ascendencia (posible): padre: Big Bang, madre: Big Crunch, hermanes: 500 millones (aproximadamente).
Disponibilidad de adopción: inmediata.
Requisitos: Sistema habitable, equilibrio de las fuerzas, entorno estructurado.
Se valorará positivamente: una órbita con satélites, buena atmósfera, implantación de vida.
Aficiones: dar vueltas, arder, absorber asteroides.
Patologías: desconocidas.
Otros datos de interés: sin más datos de interés.


Era corta, pero suficiente.

Aunque Big T le habría podido decir muchas más cosas interesantes a cualquiera que hubiese preguntado. Como que su color favorito era el azul, o que le encantaría acoger más de mil especies vivas, y ver cómo se relacionaban entre ellas y alimentarlas y matarlas y alimentarse a su vez de ellas en un ciclo de renovación interminable. O que quería crear algo líquido y algo sólido y algo gaseoso y juntarlo todo en un mismo lugar, sobre su superficie. ¡Sabía que era algo que nunca antes se había logrado! Al menos, no de forma consistente. ¡Ella quería ser la primera! También les habría dicho, si le hubiesen preguntado, que su nombre no le gustaba: Big T, sonaba prepotente y roto. Ella habría preferido llamarse simplemente Tierra, era más redondo. Más artístico. Más suyo.

Y resultó que, contra todo pronóstico de las historias que jamás acaban bien, un día le preguntamos todo aquello… y escuchamos sus respuestas. Somos sus padres adoptivos. Después le dimos una órbita, un satélite al que le dejamos bautizar a su gusto, y un montón de partículas de hidrógeno que le ayudarían a crear ¡su propia atmósfera! También le dimos células que germinarían en su superficie cuando la temperatura bajase lo suficiente. En definitiva, le dimos una razón para existir. Y todo cobró sentido, incluso la palabra felicidad.

Porque Big T nunca había sido tan feliz como cuando logró cumplir sus sueños, ¡¿qué demonios cumplir?! ¡Los superó! Millones de especies, años y años de evolución certera y controlada, la historia forjándose sobre su superficie paso a paso hasta que las propias especies que en ella habitaban comenzaron a interesarse por ella, ¡a estudiarse a sí mismos!

¿Y ella? Ella tenía todo lo que pudiese desear; vida en su superficie y un montón de admiradores rondándola en el exterior: meteoritos, satélites, extraños instrumentos que sus propios habitantes lanzaban al espacio… Y por supuesto, lo más importante, por fin tenía un hogar y formaba parte de una familia. Una familia enorme. Un hogar blanco y brillante en la inmensidad del vacío negro, que sabía a frescura y seguridad y al que tras muchos cambios de idea su madre, o séase yo, había apodado cariñosamente como Vía Láctea.



Os estaréis preguntando por qué os cuento todo esto; pues es que estoy sentimental. Aún me acuerdo del día que surgió la idea. Fue cosa de Cygni:

«He estado pensando en lo que comentaste de ampliar la familia y…» su frase reverberó en mi conciencia, una fuerza tirante como una onda expansiva, que la hizo vibrar al plegar tiempo y espacio y convertirlos en uno y en ninguno al mismo tiempo. «Estoy de acuerdo. Venus está muy sola, le vendría bien una nueva hermana.»

Cuando recuperé el sentido, Cygni me miraba fijamente con su único ojo viscoso y gigante, al cual yo llamaba cariñosamente agujero negro. Es un término que me había inventado, claro, para algo era la Diosa de los nombres: debía dárselos a todos los seres, a todas las cosas, a todos los fenómenos. Es un nombre muy artístico —incluso para ser de mi cosecha— pero en realidad alude a su poder de hipnosis. Sólo significa que en cuanto te atrapa jamás te suelta. Lo sé por experiencia.

El poder de los de su especie es conocido en cien galaxias. Ningún iluso se queda frente a su ojo ni un instante de más si no quiere convertirse en una masa de algo sin voluntad manejado al antojo de los hilos de una conciencia ajena y extinguirse irremediablemente en la inmensidad de la nada más profunda. Por supuesto, yo hacía ya Eras que sabía eso. Fue una de las primeras cosas que aprendí al comenzar mi relación con Cygni. La segunda fue que le encantaba adoptar planetas de todos los colores, edades y tamaños. Los sacaba del profundo pozo donde se los encontrase y los ponía en fila, frente a él, lo suficientemente lejos como para verlos pero no atraerlos. Los colocaba en órbita a unos cuantos miles de años luz de distancia y luego los observaba felizmente, cual padre orgulloso, disfrutando con anticipación del placer que le proporcionaba saber que un día se los tragaría todos. Muchísimo tiempo después inventé un nombre para definir aquello: canibalismo. En aquel momento, en cambio, simplemente me parecía una entrañable costumbre.

FIN

Este relato está enmarcado en el Reto de escritura de #OrigiReto2018 para el objetivo: 07 - Relata una adopción peculiar.

Podéis consultar las bases y apuntaros a participar en esta entrada de mi blog o en el de Katty.

Podéis encontrar todos mis relatos para el #OrigiReto2018 en esta otra entrada.

¿Qué os ha parecido el relato? Espero que hayáis pasado un buen rato leyéndolo. ¡Pronto más relatos dentro del #OrigiReto2018! Mientras tanto, es vuestro turno de opinar en los comentarios. ¡Muchas gracias por leer!