—¡¡¡¡¡MAMÁÁÁÁ!!!!!
—Te toca a ti —murmuró una mujer en la oscuridad, cuando el llanto infantil llenó cada rincón de la habitación.
—¡¡Socorro!! ¡¡HAY UN MOSTRUOOOO!! ¡¡DEBAJO DE MI CAMAAAAAA!!
—Hmngf —gruñó, desperezándose, el padre de la llorosa criatura—. Esto es culpa de tu madre, por leerle todos esos cuentos de fantasías y llenarle la cabeza de pájaros.
—Cariño, tiene cuatro años.
—Sí, sí, y la cabeza llena de tonterías —rezongó, medio dormido, mientras se levantaba por su lado de la cama y buscaba a tientas las zapatillas, preparando el discurso tantas veces recitado de camino a la habitación contigua.