Hace semanas que se despierta con la espantosa sensación de que algo crece dentro de ella, invadiéndole, comiéndola desde dentro. El instinto le carcome con la loca idea de que un día va a desaparecer, de que nadie recordará que existió, que fue un ser humano dotado de vida. Respirando. Viviendo.
En la neblina que precede a la vigilia, sacude la cabeza para espantar esos pensamientos y parpadea en la secuencia establecida que activa el reloj en su retina biónica. Marca las tres de la mañana; demasiado pronto para preocuparse. Se da media vuelta en la cama y tras eternos minutos vuelve a dormir. La sensación de extraña angustia premonitoria se va a dormir con ella y se alimenta de sus pesadillas.
Vuelve a despertar sudando a las pocas horas. Esta vez desiste de intentar volver a dormir; pulsa el botón que hace que el vaso sobre la mesilla se llene de agua. Bebe. Está fría. Como su estómago. Algo va mal. Muy mal.
Se levanta mientras sus manos palpan de nuevo su estómago. Siente el bulto. La doctora dice que es psicológico. Mira y el bulto sigue allí. Ella no cree que sea psicológico. Dará a luz como lo hicieran las mujeres pretecnológicas, rodeada de sangre y sudor y dolores agónicos, y no habrá nada ni nadie que salve a su hijo de la barbarie y la psicosis. Eso es lo que ella cree. Siente que se le cierra la garganta mientras se ahoga de buena mañana en un gemido sordo y sacude la cabeza como si el pensamiento fuese un malestar físico.
En la neblina que precede a la vigilia, sacude la cabeza para espantar esos pensamientos y parpadea en la secuencia establecida que activa el reloj en su retina biónica. Marca las tres de la mañana; demasiado pronto para preocuparse. Se da media vuelta en la cama y tras eternos minutos vuelve a dormir. La sensación de extraña angustia premonitoria se va a dormir con ella y se alimenta de sus pesadillas.
Vuelve a despertar sudando a las pocas horas. Esta vez desiste de intentar volver a dormir; pulsa el botón que hace que el vaso sobre la mesilla se llene de agua. Bebe. Está fría. Como su estómago. Algo va mal. Muy mal.
Se levanta mientras sus manos palpan de nuevo su estómago. Siente el bulto. La doctora dice que es psicológico. Mira y el bulto sigue allí. Ella no cree que sea psicológico. Dará a luz como lo hicieran las mujeres pretecnológicas, rodeada de sangre y sudor y dolores agónicos, y no habrá nada ni nadie que salve a su hijo de la barbarie y la psicosis. Eso es lo que ella cree. Siente que se le cierra la garganta mientras se ahoga de buena mañana en un gemido sordo y sacude la cabeza como si el pensamiento fuese un malestar físico.