Relato corto: La recompensa.

Al fondo de la barra, apurando un último trago de celebración, quedábamos sólo los cinco del grupo. En la sala se preparaban para cerrar. El público se había marchado hacía rato y nuestro equipo ya estaba cargado en los coches. Casi dos horas después de que acabase el concierto, creo que yo todavía no había asumido del todo lo que acababa de vivir.

Con una copa en la mano, disfrutando de unos merecidos minutos de descanso, miraba la caja medio vacía de CD’s con una sonrisa distraída en los labios. Los sentimientos y sensaciones se arremolinaban, confundiéndose unos con otros en mi interior.

La relajación, felicidad, el orgullo y la ilusión luchaban por hacerse con el control, mientras me sumergía en el recuerdo de las noches de inolvidables conciertos, con nuestros amigos dándolo todo en la pista, y me dejaba llevar por aquella sensación de cosquilleo que produce la primera vez que corean tu estribillo desde el público. Recordaba los días post-concierto, en los que de pronto alguien escribía, diciendo, “habéis sonado de lujo”, o “me lo he pasado como nunca”. O, simplemente “seguid así, chavales”. Y sentía todavía el agradable nudo de emoción en el estómago que produce ese momento mágico e indescriptible en el que alguien llega con tu disco en la mano, y te dice “¿me lo firmas?”… y tú piensas, “no sé quién eres”, y eso te hace todavía más ilusión. Detrás de todos esos momentos, salpimentándolos como eterno condimento, quedan todos los problemas encontrados, los planes cancelados por ir a un ensayo, o por preparar un concierto, el tiempo y dinero invertidos casi a ciegas, con la incertidumbre de no saber si aquello conduciría a algo…

Pero sí. Ahora sabía que conducía a algo: al momento que acabábamos de vivir. Porque después de todos esos años, la recompensa a nuestro esfuerzo tenía forma, era tangible, real, podía enseñarse, regalarse, escucharse en cualquier momento. Nuestro CD.

Bebí un trago, mientras mi mente escapaba del bar y volaba muchos meses atrás, hasta el día que entramos por primera vez en el estudio. Estábamos llenos de ilusión, con unas ganas tremendas de volcarla en el proyecto. ¡Grabar nuestro primer CD! Era el objetivo que perseguíamos desde que hacía ya años nos empezásemos a juntar para hacer música, y lo abordamos con energía y entusiasmo, sin ser conscientes del duro y tedioso trabajo que teníamos por delante.

La sensación, meses después, era extraña. Relajación, sobre todo, por tenerlo por fin en la mano, por verlo con nuestros propios ojos y saber, creer, sentir por fin que lo habíamos conseguido. Felicidad por lo bien que se había dado la presentación, orgullo, por poder dejar, de algún modo simbólico, nuestro recuerdo en el mundo de la música. Ilusión. Sobre todo, ilusión. Porque era nuestro, nuestras canciones, después de tanto tiempo, podrían sonar como las de grandes artistas, en las mismas mini cadenas, en los mismos reproductores en los que hasta ahora habían sonado nuestros ídolos. Ahí sonaríamos también nosotros.

Sonreí, y propuse un brindis. Todos los miembros del grupo brindamos y bebimos a la salud de nuestro pequeño sueño, que cabía en algo tan pequeño como la caja de un Compact Disc, pero que, para nosotros, era tan grande como un recurrente deseo en apariencia inalcanzable, hecho por fin realidad.

Este relato está enmarcado en el Reto de escritura de Relatea (una web de relatos cortos) respondiendo a la propuesta de escribir un relato de menos de 1000 palabras basado en la palabra ILUSIÓN.

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