Relato: #OrigiReto2018 - Secreto Real. (Octubre 2)

Nota previa: Este relato está levemente relacionado con Octubre #1: Faisán de pobre y vino de barrica, aunque pueden leerse en cualquier orden.

La escueta comitiva que transporta a Isabel, reina de Castilla, y a su esposo el Rey de Sicilia y Castilla y príncipe de Aragón, Don Fernando, se encuentra a tan solo media hora de Toledo. Viajan de incógnito y de noche a petición de la reina, flanqueados por solo cuatro guardias a caballo. Los caminos no son seguros en estos tiempos convulsos pero Fernando, años atrás habiendo aprendido a no menospreciar las extrañas decisiones de su esposa y sabiendo que tras ellas hay siempre cuestiones de Estado, ha acatado hasta ese momento sin preguntas o siquiera mostrar duda en su semblante. Pero por fin se aviene a intervenir.

—¿A qué viene viajar en tan indignas condiciones, Isabel? —Una urraca grazna en la lejanía cuando el Rey pone un preocupado brazo rodeando los hombros de su esposa, amante y madre de su hija.

Ella le mira, con los ojos bien abiertos, brillantes de dudas e incertidumbre. ¿Qué pensará Fernando de su infamia, de su blasfemia? No merece el apodo que los ciudadanos comienzan a atribuirle: Reina Católica. Más bien hereje e impía, mujer pecadora y de poca honra, infiel, dispuesta a hacer tratos con el mismo demonio en sus intereses propios y los de su familia. Así se siente.

—He de confesar pecados ante vos, Fernando. No sé si sabréis perdonar ciertas decisiones que tomé, mas a Dios pongo por testigo que si obré como lo hice fue sólo guiada por el dolor de una madre a quien su hijo le es arrebatado. Y que Dios me perdone, pero volvería a pecar del horrendo e imperdonable modo en que lo hice un día.

—No os entiendo, Isabel. Sabe bien Dios que no cuenta en la tierra con hija más fiel que vos. No habéis de temer por ninguna de vuestras decisiones. Si tomadas están en conciencia con vuestro corazón, buenas han de ser a sus ojos.

—Más me preocupan vuestros ojos que los de Dios hoy, Fernando. Pues bien sé que Él jamás habrá de perdonarme tamaña ofensa.

Fernando sonríe, creyendo entender el temor de su esposa, contento de que saque el tema aunque extrañado de que ella no intuya su aprobación. Pocas veces en la historia un matrimonio de conveniencia como el suyo ha sido tan feliz y ha llegado a amarse tanto; no será él quien permita que el futuro de Castilla y de Aragón flaquee, ni que su relación se arruine por minucias tales como ciertas amantes. En ninguno de los dos sentidos.

—Si os referís a vuestros escarceos con la dama de confianza con quien insistís en dormir por preservar mi honra durante mis ausencias, no temáis mi enfado, pues bien sé que más os he deshonrado yo con mis hijos bastardos, que vos con vuestros abrazos de alcoba con tan discreta señorita.

Isabel sonríe y, desarmado ante tales encantos, Fernando no puede evitar besarla.

—Soy feliz de teneros a mi lado. No pude tener mejor matrimonio, aunque cuando se pactase ni tan siquiera nos conociésemos —él sonríe a sus palabras; piensa lo mismo—. Mas, Fernando, habéis de saber que no temo el castigo de Dios por casarnos sin bula, haber jurado por él en vano o ser infieles el uno al otro aún con mutua aprobación sincera. Si nos castiga es por haberle arrebatado lo que en derecho le correspondía y claramente reclamó: nuestro hijo.

—¿Qué decís? Muerto está nuestro hijo, que en paz descanse. ¡Si acaso él fue quien nos lo arrebató a nosotros! Explicáos, Isabel, pues no os entiendo.

—Sé que no creéis como yo en ciertas historias de la Biblia, pero os digo que existen enviados de Satán a la Tierra para tentar nuestros corazones. Hoy os confieso que por desgracia bien conozco a uno de tales seres, pues en su oscuridad caí cuando no veía más que sufrimiento, y con él pacté por obtener lo que deseaba.

Él la mira, asustado. Ve claramente que la pena le carcome el rostro mientras el traqueteo del carro chirría por el oscuro camino. Extraños graznidos nocturnos aderezan el tenso silencio, dando a la familia real aspecto siniestro, como si huyeran. Con un gesto de su mano por la ventana, la reina hace detener el carro.

—¿Qué sandeces son esas? Isabel, sé que como madre no sois capaz de aceptar que. —Ella le corta, alzando la mano.

—No me creeréis hasta que ver podáis. Por eso os he traído aquí hoy. Es noche sin luna, si bien he mirado el calendario.

—Así es —corrobora él, mirándola de soslayo—. Contadme. ¿Qué me ocultáis?

Como pretendiendo dar respuesta a su rey, los lacayos y el cochero gritan, asustados. Fernando se pone en pie de inmediato pero su esposa le detiene posando una mano enguantada sobre la suya, ya en la empuñadura de la espada.

Aullidos de dolor llegan desde el exterior del carruaje. La oscuridad es total, pues incluso las estrellas se ocultan de los terrores de los infiernos. Tras el cesar repentino de los gritos en estertores de muerte, Isabel confiesa:

—Una curandera infiel devolvió a nuestro hijo a la vida. A condición de alimentarle con carne humana, tan solo una noche al mes, sin presencia de la luna como testigo.

—Por Dios bendito...

—No temáis. Vuestra vida y la mía estarán a salvo. Y nadie más quedará vivo para llevar habladurías a Palacio. Los cuatro guardias y el cochero con suerte ya han fallecido. Salgamos. Os presentaré a vuestro hijo.

Fernando, boquiabierto, abre la portezuela de la carroza real. Tras ella encuentra un ser agachado, cubierto de harapos ensangrentados, que arranca la carne del cuello de uno de los guardias, ya cadáver.

—Fernando —susurra su esposa— este es vuestro hijo.

El ser alza la mirada al escuchar la voz de Isabel. Se limpia el rostro y se pone en pie despacio, desconfiando. Es un niño de apenas el metro. Si uno olvida sus hábitos alimenticios, la palidez de su rostro y el rojo de sus ojos, podría parecer humano. Se acerca al carruaje esbozando una sonrisa, que con trazas de sangre mal parece el gesto de amabilidad que pretende ser.

—Alfonso —añade Isabel, con semblante preocupado—. Dad a vuestro padre un momento para que se sosiegue.

Padre e hijo se miran, sopesándose. Isabel eleva una plegaria a los cielos para que al cabo puedan aceptarse.

FIN

Este relato está enmarcado en el Reto de escritura de #OrigiReto2018 para el objetivo: 20 - Crea un relato que suceda en una carretera durante la noche. Además, aunque creo que con pinzas, también pretende ser el último relato de género de terror que me faltaba para tener ¡la pegatina de géneros completa! :D

Podéis consultar las bases y apuntaros a participar en esta entrada de mi blog o en el de Katty.

Podéis encontrar todos mis relatos para el #OrigiReto2018 en esta otra entrada.

¿Qué os ha parecido el relato? Espero que hayáis pasado un buen rato leyéndolo. ¡Pronto más relatos dentro del #OrigiReto2018! Mientras tanto, es vuestro turno de opinar en los comentarios. ¡Muchas gracias por leer!