Relato: #OrigiReto2019 - La enferma imposible. (Abril)

Hace horas que le sigo, observándole desde la seguridad de la distancia, más movida por el instinto que por un motivo racional. No le conozco, nunca me ha gustado estar con gente nueva, ni andar sola y de noche por la calle; tampoco acosar a nadie, siendo sinceros, pero ahora mismo perseguir a ese hombre solitario y en apariencia muerto de miedo parece la opción correcta.

Podría parecer difícil seguir al tipo en mitad de la noche, pero sé por dónde ha pasado sin necesidad de verle. Le huelo. Extraño, aunque conveniente. Arrastro por el suelo la pierna derecha. También me cuelga el brazo izquierdo y tengo espasmos intermitentes por todo el cuerpo, pero no siento dolor. Solo hay algo que puedo sentir en esos momentos: hambre. Un hambre atroz, irracional e incuestionable que reduce todo mi mundo y lo condensa dentro de sí misma. Un hambre tan potente que podría hacer cualquier cosa por ella. Seis letras, ley de vida, supervivencia, evolución y, muy pronto, la razón de un asesinato.

Hace tiempo que lo he comprendido: quiero comerme a ese hombre muerto de miedo. ¿Debería preocuparme? Un poco, tal vez. No parece muy correcto. Debo estar enferma. Sí. Me preocuparé por eso... Después. Iré al médico. Parece lo más sensato. Pero sólo cuando deje de sentir tanta hambre.

***
House asoma la cabeza desde el fondo del pasillo de consultas, abarrotado de niños con mocos y padres con dolor de cabeza. Sopesa la fiabilidad de dar media vuelta y comenzar un largo ascenso por las escaleras, en lugar de arriesgarse a pasar por el foco de infección en dirección al ascensor. En menos de tres segundos decide que es más seguro, pero una mano se posa en su hombro justo cuando da un primer paso renqueante de su cobarde retirada.

—¿De quién te escondes?

—De mi equipo —responde con ironía—. Son insoportables cuando no tienen nada que hacer, ¿sabes? ¡Son como niños!

—Todo se pega. —Cuando se gira, descubre que Cudy está sonriendo—. Por suerte para vosotros, tenéis un caso. Vamos a mi despacho.

Alza una ceja y la evalúa con la mirada sin decir nada, intrigado. Se traga una píldora de vicodina antes de seguirla con parsimonia. En cuanto cierran la puerta, la directora del hospital le tiende una carpeta de cartón amarilla llena de informes médicos, que él no se digna en coger.

—Nos lo deriva Seguridad Nacional, un caso confidencial. Mujer, 35 años, ingresada por propia voluntad en el hospital central de Masachusetts. Fiebre por encima de 45º, necrosis acelerada, ceguera momentánea, linfocitos por los suelos, ira descontrolada.

—¿Y crees que me interesa un claro caso de rabia porque…?

Ella le mira con media sonrisa.

—Porque no es rabia. Es lo primero que comprobaron los del MC.

—Unos inútiles.

—Si tú lo dices. Pero te va a interesar clínicamente. Mira la historia. Se le está pudriendo la carne y los órganos vitales. Ingresó hace doce horas, con un fallo cardíaco. El corazón ya no le latía. Pero ingresó andando —House la mira como si hubiese visto un fantasma—. Y sigue moviéndose.

—Obviamente los equipos del Masachusetts Central están estropeados. Si el corazón no le latiese, estaría muerta. Supongo que incluso tus conocimientos médicos dan para deducir eso —espeta, con sarcasmo, y sin embargo coge la historia clínica de la paciente y comienza a ojearla—. Espera, no habías mencionado lo del canibalismo. Entonces no hay caso, ¡obviamente es un zombi, mujer! ¡Qué come gente! ¿Qué hay de raro en todo ello? —El tono irónico indica que ha considerado el caso suficientemente anómalo como para volcar su interés en él.

—Pues, no sé, tal vez que después de morder a aquel hombre decidió no comérselo. Y... Espera... Había algo más —Cudy finge pensar unos segundos—. Ah, sí. ¡Lo llevó al hospital! ¡Vivo! ¡Y dijo que creía tener un problema!

—¿Habló? ¿La zombi? ¿Con el corazón parado?

—Sí. Hicieron falta seis jeringuillas de lorazepam para hacerla caer inconsciente. Lo cual también es raro, por cierto, porque los zombis de las películas nunca caen inconscientes ni duermen, descansan o siquiera se sientan. O bien persiguen humanos con esa suerte de movimiento renqueante, o bien están definitivamente muertos; no tienen término medio.

—Está bien —acepta con media sonrisa, mientras lee interesado la historia clínica, su bastón colgado del hueco del codo—. Acepto el caso. Me llevo a Foreman y a Trece.

***
Abro los ojos. Demasiada luz; me deslumbra y no puedo ver nada. Los cierro. Tengo la boca seca; pero al menos no siento náuseas, ni —me detengo a valorarlo— tampoco dolor. ¿O sí? Tal vez ya no recuerdo lo que es eso. ¿Recordar? ¿El dolor? No sé si es algo importante. No sé si alguna vez lo he sabido. Hay algo que sí siento: hambre. Mucha hambre. Tomo un hondo suspiro y me doy cuenta de que no necesito mis ojos, porque puedo oler. Muy bien.

Desinfectante, aire acondicionado, jabón de lavadora. Nada de comida. ¿O sí? Huele bien. Caliente y ferroso, como la sangre. Un momento… hay sangre en mi boca ¿me he mordido? También hay sangre en… me palpo la cabeza. Justo ahí. ¿Entre mi pelo… o entre mis dedos? Jugueteo con ella. Después la lamo, siguiendo un extraño impulso que, de algún modo, no me da ganas de vomitar. No es mía. No es mía porque, esta vez, está rica.

Un cosquilleo incómodo nace en el centro de mi cabeza y se extiende por todo mi cuerpo como un escalofrío líquido que me paraliza los músculos. No. Que me los azuza. Lo que me paraliza son unas correas que… ¿llevan ahí todo el rato? Estoy atada a una cama metálica de hospital. ¿Qué coño has hecho esta vez, idiota? Idiota, idiota, idiota. Lo digo en voz alta, creo, pero supongo que no, porque sólo escucho un gruñido. Siento la boca pastosa y un leve mareo, al comprender que he vuelto a comerme a alguien. Y que, esta vez, me han pillado. ¿O fui yo misma quien acudió a un hospital? No logro recordar, mis pensamientos son demasiado inconexos. Tengo mucha hambre.

***
Ahí está su bicho raro, su caso de seguridad nacional, altamente secreto, con todos los medios a su alcance y la posibilidad de experimentar hasta el grado que él desee. El equipo médico que han puesto a su disposición, además del suyo propio, mira intermitentemente de la paciente a él, evaluándolos a ambos al mismo tiempo. Él no les dirige ni media palabra. Mira fijamente el interior del cubículo acristalado. Apoya su peso en el bastón y sonríe cuando la enferma le mira también y parece interesarse en él. Sus ojos inyectados en sangre no se desvían ni un milímetro. Forcejea contra las correas de la cama, sin éxito.

Los ojos de la zombi delatan su conciencia. Sabe que pronto se pondrán a su alcance; y sabe que están vivos. Eso parece gustarle. Tal vez demasiado.

—Hola, Cecilia —le dice, desde la seguridad del otro lado del cristal blindado, sin dejar de sonreír—. Venimos a curarte.

FIN

El relato que acabáis de leer está enmarcado en el Reto de escritura de #OrigiReto2019, tiene 1169 palabras y cumple los siguientes puntos del reto:

• Objetivo: 02. Crea un relato en el que aparezcan zombis. (También es un fanfic de la serie de televisión de House, que estoy últimamente muy intensita con ella, pero como ya había tachado ese objetivo, he tenido que adaptarlo un poco).
• Objetos: 3. Una jeringuilla./ 6. Un informe médico.
• Para medallas: Feminista (2/4) pues una mujer (Cecilia, la zombi) es protagonista de media parte del relato, Interesante (2/3) pues una persona no normativa (House, que es cojo) es protagonista de media parte del relato, Verborrea interminable (3/6) porque el relato está escrito en presente.

Podéis consultar las bases y apuntaros a participar en esta entrada de mi blog o en el de Katty.

Podéis encontrar todos mis relatos y pegatinas para el #OrigiReto2019 en esta otra entrada.

Podéis encontrar todos los relatos de todos los participantes en el #OrigiReto2019 en esta otra entrada.

¿Qué os ha parecido el relato? Espero que hayáis pasado un buen rato leyéndolo. ¡Pronto más relatos dentro del #OrigiReto2019! Mientras tanto, es vuestro turno de opinar en los comentarios. ¡Muchas gracias por leer!